viernes, 2 de noviembre de 2007

Rescate


Abre los ojos y sólo ve el cielo azul ante sí. ¿Está muerto al fin? Pero no, poco a poco sus sentidos se aclaran. Se oyen voces. Se siente el frío... y el dolor. Entonces lo asalta el recuerdo de lo ocurrido. Su revelación, la tormenta, su caída, la muerte que no llega...
- Parece que está vivo, pero muy débil mi señor.
El rostro barbudo de un guerrero se recorta contra el cielo.
- ¿Como os llamáis? ¿Cuál es vuestro nombre? ¿Me oís?
El rostro se da la vuelta y mira hacia algún punto que el caballero no puede distinguir.
- ¿Qué hacemos con él, mi señor?
Una voz enérgica y dura contesta:
- Socorrerlo, por supuesto. Lo llevaremos con nosotros.
El caballero nota como lo desentierran y lo depositan con cuidado en una improvisada camilla. Él preferiría quedarse allí y dejarse morir, pero está demasiado débil para resistirse.
Mira a su alrededor. Hombres a caballo. Pendones brillantes, un león de oro en campo de sinople. Armaduras relucientes, rostros severos. Uno de los jinetes se cubre con un manto con capucha verde, que oculta su rostro al caballero.
El esfuerzo ha sido demasiado. El caballero se desvanece mientras nota como su camilla se desliza sobre la nieve.

lunes, 27 de agosto de 2007

Ventisca

Comienza nuevamente a nevar. Al poco, la ventisca es ya tan poderosa, que el caballero apenas puede mantenerse erguido.
Se quita con tranquilidad cada una de las placas que componen su armadura, negra como una sombra entre los copos que caen.
La tormenta arrecia.
El caballero empuña su espada, otea el horizonte, pero el viento a levantado un capa de nieve tan densa que apenas distingue lo que tiene delante. Sabe que está rodeado de hondos precipicios, que un mal paso le podría deparar una muerte horrible.
Acelera poco a poco su caminar. Sin apenas darse cuenta se encuentra corriendo veloz sobre la nieve, al encuentro de una muerte que de un modo u otro se le muestra esquiva.
De pronto nota como pierde pie. Al fin.
Cierra los ojos mientras cae.


La caída es más breve de lo esperado, el dolor, más intenso de lo deseado. Un sabor que no le es del todo extraño en la boca. Sangre. Pero continua vivo.
Grita a la muerte, la llama desperado mas la Negra Señora no atiende sus suplicas.
Ha corrido en pos de la muerte y ésta parece rehuirlo, entonces esperara su llegada en ese mismo lugar.


La nieve cubre poco a poco el cuerpo de un caballero, de un hombre herido.
Al cabo el sol brilla sobre una forma inerte.

martes, 21 de agosto de 2007

Frío


Frío. Un frío aterrador, cruel e implacable que penetra hasta lo más profundo de su cuerpo. Y sin embargo, hace tiempo que dejó de nevar.
Lo rodea un panorama helado, el blanco inmaculado de la nieve contra el intenso azul del cielo, un cielo más próximo aquí que en cualquier otro lugar, un cielo que casi puede acariciar con la yema de los dedos.
Las águilas vuelan majestuosas a sus pies. Las nubes inundan los valles, un hermoso mar de espuma y algodón.
Su caballo no podría haberlo seguido hasta allí, así que ha decidido liberarlo en las verdes praderas de la llanura.
Ahora, nuevamente despojado de montura, yace inánime, la cara abrasando bajo el sol del mediodía, los ojos cerrados en silenciosa reflexión, concentrado en el silencio que lo rodea, en la nada más absoluta.
Sólo quiere olvidar, olvidarlo todo. El aire falta en los pulmones, siente vacilar su consciencia, mas su temple de caballero se resiste a dejarse ir.
Es entonces cuando un rayo fulmina su mente, un repentino destello de lucidez en medio del sopor que lo invade.
Todo está claro ahora, pero la verdad cierta aterra al caballero más de lo habría creído posible aun en sus más horribles pesadillas.
Ha sido necesario ascender a la misma cima del mundo, dejarse envolver por la nada silenciosa, pero ahora ya lo sabe.
Está enamorado, sin remisión, pero ha fallado. Fue rechazado y la vuelta es imposible. Esta certeza le hace ser consciente al fin de su misión, de su deber último.
Todo ha terminado.

sábado, 11 de agosto de 2007

Vergüenza


De algún modo se ha convertido en aquello que más detesta. Un ser mezquino y ruin, un canalla despreciable capaz de las mayores atrocidades, guiado tan sólo por un ciego egoísmo, tan ciego como su determinación por seguir adelante, contra todo y contra todos, sin importar ya las consecuencias.
Un rostro lo persigue doquiera que va. Su belleza inocente, su mirada parda y suplicante, son dagas crueles que atraviesan el alma del agotado caballero.
Incapaz de soportarlo, decide abandonar nuevamente la ciudad, alejarse de toda compañía, temeroso de dañar a todo aquel que se le acerque, de derramar más sangre inocente, la misma sangre que mancha sus manos y su conciencia, la misma que le impide cada noche conciliar el sueño, que se aparece en sus pesadillas cuando el cansancio le vence al fin.
Galopa por calles tortuosas, los cascos de su corcel contra el suelo enfangado, alguna mirada intrigada tras de un postigo entreabierto. Atraviesa las puertas de la ciudad ignorando los gritos de la guardia que le instan a detenerse.
En el horizonte se vislumbran las nevadas cumbres del norte, reflejando con destellos de oro la luz de un nuevo amanecer.

lunes, 23 de julio de 2007

Sueños


Ha encontrado posada y descansa al fin sobre mullido jergón. El viaje parece ya lejano y pronto al olvido. La conciencia del caballero es paulatinamente silenciada por los vapores del vino, que invaden poco a poco sus sentidos, sumiéndolo en un estado de apacible letargo, de sopor inánime.
Duerme y sueña, sueña con gloriosas gestas y batallas de antaño, viejos enemigos que resucitan sólo para caer nuevamente derrotados en singular duelo bajo el filo de su espada. Pero de pronto surge un rostro entre todos los demás qué detiene al instante la onírica batalla. El rostro joven e inocente de una triste muchacha, surcado de lágrimas de cristal, llorando sin consuelo una pérdida terrible. Ese rostro, ese llanto, conmueven profundamente al caballero. ¿De dónde viene tan gentil criatura? ¿Cómo puede aparecerse entre tan despiadados guerreros el bello rostro de una muchacha?
Una sombra se mueve tras ella, sigilosa. El caballero quiere advertir a la joven, prevenirla del peligro que la acecha, pero algo se lo impide. Un destello acerado y negro, un agudo silbido rasgando el aire, el blanco cuello de la joven al descubierto. El caballero intenta gritar, pero el sonido muere en su garganta. Ya es tarde. La muchacha cae inerte y el asesino observa impune el cadáver. Henchido de rabia, el caballero quiere lanzarse sobre la vil criatura que ha cometido tan atroz crimen, mas de pronto algo cambia. Observa el cadáver de la joven desde mucho más cerca, algo pesado en su mano... una espada, negra como la noche, el filo teñido de rubí.
No es posible.
Con un grito el caballero despierta, la frente perlada de sudor, las pupilas reducidas a un minúsculo punto en la inmensidad de un tormentoso mar verde.
Han vuelto.

miércoles, 27 de junio de 2007

El callejón


A duras penas logra avanzar a lomos de su caballo entre la multitud que lo rodea. Voces, gritos en toda lengua conocida y aún en alguna otra, el aroma de especias de lejanas tierras, el recalcitrante hedor a humanidad, sudor e inmundicia adheridos a la piel a partes iguales, hiriendo como afiladas dagas los sentidos del caballero.
Hidalgos y pícaros, ricos mercaderes y miserables mendigos, viudas y prostitutas, todos mezclados en caótica amalgama que aturde y desorienta.
Tratando de escapar, de refugiarse de tamaña vorágine, el caballero da con un estrecho y oscuro callejón, donde sólidos muros de piedra amortiguan el murmullo incesante de la ciudad. Desmonta el caballero y se deja caer contra la pared a fin de reponer fuerzas. El viaje a sido duro pero ha llegado al fin a buen término.
Reflexionando está el caballero cuando unos pasos que pretenden ser sigilosos lo devuelven a la realidad. En ambos extremos del callejón se perfilan sendas parejas de hombres de dudoso aspecto. Se aproximan al caballero que permanece recostado y uno de ellos, con voz ronca dice:

- Salud y buenos días tenga vuesa merced.

El caballero permanece en silencio y esto parece irritar al truhán.

- ¿Acaso no habéis escuchado? ¡Os he saludado y exijo que se me devuelva el saludo!

Silencio. La mirada del extraño se dirige cargada de codicia hacia la bolsa de cuero que adivina colgada de la silla del corcel.

- Sea pues, si esto es lo que queréis. Mi honor exige satisfacción.

Alza entonces el caballero la mirada. Ojos de lobo hambriento, fríos como el hielo que destella en las cumbres de las más crueles montañas. Ojos acerados que paralizan al extraño. Una voz profunda y oscura, grave y apenas perfilada en un torvo murmullo:

- Vos no tenéis honor.

Como un rayo el caballero se incorpora y con el mismo movimiento con el que desenfunda su negra espada decapita limpiamente al forajido. El cuerpo aún permanece en pie durante unos instantes, pero finalmente se desploma con un ruido sordo. Los tres compañeros del finado, lejos de retroceder, se lanzan a un tiempo contra el caballero. Éste se agacha como un felino esquivando así la primera acometida y con una certera estocada atraviesa el corazón de uno de los bandidos. Se incorpora ahora y tras detener sin dificultad un tajo dirigido con muy malas intenciones hacia su estomago, dibuja al segundo de los bandidos una nueva sonrisa de carmesí encendido, aunque algo más abajo que la original. El tercero cae atravesado de parte a parte cuando ya se disponía a huir.

El caballero escupe todo su desprecio sobre uno de los cadáveres y tras limpiar su espada con esmero, se aleja del oscuro callejón, llevando de la brida a su caballo.

jueves, 31 de mayo de 2007

Soledad


Cabalga solo entre las dunas del desierto.
Su montura lo lleva al galope hacia un horizonte de agonía y de castigo, de dolor y de pena sin cuento. Así pues ¿por qué apresurarse?
Un tirón de riendas y el caballo refrena su marcha. Un dolor oprime su pecho, justo donde debiera estar el corazón que decidió un día arrancarse.
Agotado y sediento, el caballero se encorva sobre la silla, acuciado por su conciencia y sus recuerdos. De nada sirve la espada contra este tormento.
Tal vez haya, sin embargo, un medio de apaciguar el dolor que lo consume. La vorágine de una población, repleta de almas alegres y despreocupadas, pondrá quizás freno a su sufrimiento, o le hará al menos olvidarlo por un tiempo.
El caballero se lanza al galope en busca de una ciudad donde ahogar su pena.

viernes, 25 de mayo de 2007

Lucha


Esta vez sí. No cabe duda.
La superficie del lago refulge como plata líquida iluminada por el sol. Llega hasta la orilla, se saca el negro yelmo, con ambas manos coge un poco de agua y, justo cuando sus labios van a rozar el líquido elemento, una voz imperiosa clama:
- ¡Deteneos!
El caballero deja que el agua fresca discurra entre sus dedos para regresar después al lago. Alza la cabeza para contemplar a aquel que lo ha interrumpido, y hete aquí que encuentra la imponente figura de un caballero de brillante armadura, montado en un brioso corcel de un blanco inmaculado.
- ¡No beberéis d’esta agua! ¡No gozaréis de la sombra d’estas palmeras, pues este lugar yo lo guardo, y sólo a mi señora corresponde decidir quien aquí puede descansar.
De algún modo, el caballero sabe a qué señora pertenece el lago, a qué dama sirve el gallardo jinete.
Por toda respuesta, recoge su yelmo y se lo cala en la cabeza. Agarra la empuñadura de su espada, y con un suave silbido la extrae de su vaina. Su hoja luce como nueva, y las palabras de su filo aparecen rojas como la sangre.
El jinete lanza a su caballo al galope hacia el caballero. Tiembla el suelo bajo los pies del animal, la atmósfera es densa y pesada. Cada vez está más cerca. El caballero se pone en tensión, pero permanece quieto. Justo cuando los cascos del desbocado animal van a aplastarlo, el caballero percibe que el tiempo refrena su carrera. Es consciente de todo cuanto le rodea, desde el más pequeño grano de arena, hasta el suave baile del viento entre las dunas.
Con un movimiento rápido y preciso se echa hacia un lado, y mientras da un elegante giro, lanza un tremendo tajo al pecho del jinete, que sale despedido de su montura y cae al suelo con estrépito.
Está aturdido y desarmado sobre el polvo del desierto. Está en sus manos. El caballero se aproxima al jinete y pausadamente, deleitándose, aprieta su bota contra la garganta del guerrero. Con la punta de su espada alza la visera del yelmo y descubre un rostro ensangrentado y desencajado por el dolor. Tras fijar en la memoria su expresión de derrota y miedo, el caballero alza la espada y clava la punta con fuerza en la garganta del guerrero, que con un gorgoteo siniestro exhala su último aliento. Limpia con parsimonia el filo de su espada en la nívea capa del jinete.
Satisfecho, el caballero da media vuelta para saciar al fin su sed, pero descubre con horror que el lago se ha secado.
Sube de un salto en el caballo del vencido y se aleja al galope mascullando maldiciones.

lunes, 21 de mayo de 2007

Oasis


Que terrible sed, que insufrible agonía.
Horas de marcha sin descanso, con una vieja espada oxidada por cayado, sin consuelo ni esperanza, caballero deshonrado en busca de la muerte.
De pronto, surge de entre los engañosos espejismos del horizonte una trémula imagen. Al acercarse, el caballero comprueba que se trata de un oasis. Se siente embargado por la felicidad. Después de todo, aún puede haber esperanza. Corre raudo hacia la sombra de las palmeras, hacia el frescor de una charca, pero lo que encuentra es algo muy diferente.
Una joven, una solitaria joven llora desconsoladamente junto a un bulto oscuro. Es el cadáver de un hombre, de un guerrero.
El caballero se aproxima y observa detenidamente el cuerpo. Le gusta su armadura, acero negro como la noche.
Pero no, aún lloran por el cadáver. ¿Y qué? A fin de cuentas el muerto no se va a quejar y la muchacha... que lo intente, su nueva espada aún no ha recibido su bautismo.

El caballero se aleja pausadamente del oasis. Cubierto por la reluciente armadura, parece de nuevo un temible guerrero. Vuelve a sentir su peso, pero también su fuerza. En el oasis, dos cuerpos abrazados yacen inertes bajo el sol del desierto.
Pero el caballero sigue sediento.

viernes, 18 de mayo de 2007

La Espada


Tropieza y cae al suelo.
Algo estorba su camino. Sus pies, agrietados por el calor, han chocado con algún objeto, que yace semienterrado por la arena.
Un destello de curiosidad se ilumina en la agotada y delirante conciencia del caballero. Se deja caer y con ambas manos escarba ansioso el suelo polvoriento. No es fácil, duele, pero eso no detiene al caballero, que cada vez con más avidez araña la tierra.
Poco a poco descubre lo que parece la empuñadura de una espada, firmemente clavada en la tierra. Tiene grabados extraños símbolos, apenas visibles, desgastados por el viento cruel del desierto.
Hace tiempo debió haber sido hermosa.
No obstante, la espada del caballero ha quedado atrás, junto con su armadura, y ahora reposa olvidada en algún lugar de ese árido paraje.
Y siempre es necesaria una espada.
Agarra con ambas manos la empuñadura y tira con todo el peso de su cuerpo. Pero la espada no se mueve. Concentra todas sus fuerzas. La espada ha de salir, pero está firmemente clavada y él demasiado débil.
Entonces el caballero toma fuerzas del único lugar posible. Su ira crece al tiempo que fija en su cabeza el recuerdo de un lejano castillo, de un oscuro salón. Un fuerte tirón y el caballero cae hacia atrás. Mas en su mano tiene la espada.
Ahora puede verla entera. La hoja carcomida y oxidada, dos palabras grabadas a fuego, una en cada lado: Setriemeiton, Gavenaz. El caballero desliza absorto la mano por el filo, tratando de descubrir su significado. Entonces siente un latigazo de dolor. Sangre en sus manos.
Cuidado, todavía está afilada.
Y prosigue su camino, apoyándose en la espada.

viernes, 11 de mayo de 2007

Caída


Toda la noche a galope tendido. Su montura exhausta. El caballero en un duermevela continuo, incapaz ya de distinguir realidad y fantasía. Ahora trota por un páramo azotado por el viento y por un sol implacable.
En su delirio, se mezclan recuerdos, anhelos, frustraciones y pasiones secretas. Lo mejor y lo peor de su ser se dan cita en este caótico baile de imágenes. Rememora triunfos y fracasos, batallas, gestas gloriosas, retiradas honrosas, alegrías y pesares. Pero una imagen permanece inmutable en su retina. Es un ángel, pero un ángel oscuro, bello como ninguno, altivo y poderoso.
El caballero sacude la cabeza. El yelmo le estorba, no le deja respirar. De un tirón se lo arranca y lo arroja lejos. Su caballo flaquea. Niepamiel lleva horas sin descansar, sin reponer fuerzas, y ahora es un rocín flaco y sin brío. Dobla las patas delanteras y cae. El caballero se ve arrastrado en su caída hasta el suelo polvoriento y duro.
Se arrastra ahora, alejándose del cadáver del fiel animal. Su otrora brillante armadura plateada está ahora cubierta por el polvo y el fango del camino, abollada por los golpes y la última caída.
Hace mucho calor. El caballero consigue ponerse de rodillas. Así será más fácil quitarse la armadura, que ahora no hace sino agobiarle. Los guanteletes, la coraza... todo lo que un día fue armadura es ahora un montón de metal gastado por la arena y el sol. El soplar del viento entre las rendijas de la abandonada armadura, compone una siniestra melodía de soledad, muerte y desesperación.
A lo lejos, un hombre, que un día fue caballero, camina paso a paso hacia el lejano horizonte.

viernes, 4 de mayo de 2007

Reflexión


Junto a un límpido arroyo detiene su galope. El claro sonido del agua, los destellos del sol en su superficie, tranquilizan por fin el ánimo del caballero. Se agacha y apaga la sed abrasadora que lo consume.
A la sombra de un anciano roble se recuesta para reposar, mas al hacerlo, le alcanzan nuevamente los recuerdos de los que con tanto encono trata de escapar, y con ellos regresan el dolor, la impotencia... la ira. Sabe que no puede regresar, no así, derrotado y patético, tal como marchó. Sin embargo, su corazón queda en el castillo. Reflexiona el caballero. Sólo una opción parece posible. Si su corazón desea permanecer en el castillo, que así sea.
Anochece cuando el caballero, o acaso una sombra de lo que fue, galopa de nuevo, alejándose a lomos de su caballo del castillo, de la dama... de su corazón.

Huída


Ensilla su caballo con rapidez. Asegura con fuerza las correas y comprueba los estribos.
De un salto monta su poderoso corcel, negro como el odio que anida en su corazón, ágil y veloz como el viento de la mañana. A lomos de Niepamiel espera el caballero escapar de los recuerdos que lo persiguen, aves de rapiña de su conciencia.
En el patio oscuro se escucha el trote de un caballo. Atraviesa la reja del castillo y salva el foso, ahora seco y erizado de estacas.
Vuelve la vista el caballero, al tiempo que la reja cae pesadamente, como el hacha impía de un cruel verdugo sobre el condenado, cortando de un solo y certero tajo cualquier esperanza de retorno.
Alza entonces la mirada y en lo alto, entre las escarpadas almenas, le parece distinguir una oscura y esbelta silueta, ángel negro custodiando la impenetrable fortaleza.
Un tirón de riendas, un pinchazo en las grupas de su montura y el caballero se aleja en un galope furioso hacia un destino incierto.
Una lágrima, pequeña y brillante como una estrella, surca la mejilla de un rostro de inmaculada belleza al tiempo que el jinete se pierde en las brumas del amanecer.

lunes, 30 de abril de 2007

Ira


En el aire queda tan sólo su recuerdo, su esencia. Sin embargo, sus palabras palpitan aún en el corazón y en el ánimo del caballero.
Un nuevo sentimiento, desconocido y poderoso, se abre paso en su interior. Ha sido ultrajado, rechazado como un vil bufón. Deja caer la espada que mantenía todavía alzada en señal de respeto y sumisión. El acero golpea el frío suelo, y los ecos del sonido se extienden por el oscuro salón.
Lentamente, el caballero se incorpora, los puños crispados, las uñas clavadas en la carne hasta que la sangre aflora. Ha sido rechazado. Tras reunir las fuerzas y el valor, tras haberse humillado, rebajado a la categoría de siervo, ha sido despreciado. El caballero tiembla de rabia e ira, pero también de impotencia. Recoge la espada que yace abandonada y con cuidado, tras besar su filo, la devuelve a su vaina.
Nunca más. Nunca más...
Y con paso decidido, abandona la estancia.

miércoles, 25 de abril de 2007

Humillación


Se detiene a pocos pasos de la dama, que contempla absorta el crepitar del fuego.
Hinca una rodilla ante ella y ofrenda su espada con ambas manos, como si ante un dios estuviera.
En ese momento la dama se vuelve. No dice nada. Mira al caballero como si lo viera por vez primera. ¿Es tristeza lo que asoma en su mirada? ¿O es acaso compasión, compasión por el antaño soberbio y bravo caballero, reducido ahora a la condición de siervo de su voluntad? No dice nada. Sus labios se curvan en una levísima sonrisa, bálsamo reparador para el malparado orgullo del caballero.
- No-dice con dulce voz-. Hoy no.
Con suave ademán de media vuelta y se pierde en las tinieblas. Queda el caballero arrodillado y solo a la luz del hogar. Su armadura y su espada brillan con un fuego acerado.
Pero nada de eso importa ya

La dama


Se abren las puertas.
Ante él, un inmenso salón de piedra. Tan sólo un fuego arde, lejano, entre sombras. Sus llamas, su luz trémula, perfila la esbelta figura de la mas bella estatua que viera nunca el caballero. Sus rasgos cincelados en el más puro de los mármoles, lo contemplan desde un Olimpo de belleza sin par. El danzar de las llamas llena de vida su rostro.
El caballero avanza, arrogante y decidido al principio, más cauto e incluso atemorizado según se acerca a la dama. Camina no obstante erguido, cubierto por su brillante armadura de plata. Su espada, poderosa, bien ceñida al cinto.
Y sin embargo, se sabe vulnerable.

viernes, 13 de abril de 2007

Silencio


Silencio. Negrura. Silencio. Tiniebla. Silencio. Oscuridad.
Silencio, silencio, silencio..
Nada ve el caballero, cegado por sus lágrimas. Nada oye, ensordecido por su pena. Desesperado, arroja con furia su espada lejos de sí. Está rota, es ahora un inservible pedazo de metal sin tan siquiera el filo suficiente como para acabar con su vida de forma honrosa.
El caballero deambula como alma en pena sin destino alguno, sin esperanza ya, esa esperanza que un día alumbró su corazón, llama poderosa que acabó abrasándolo, destrozándolo por dentro.
Si al menos pudiera el caballero escuchar el sonido de sus propios pasos contra el suelo. Pero eso le diera tal vez esperanza, esperanza en que seguía vivo y en que algún día, y de algún modo que no lograba adivinar, podría escapar, volver a ver la luz, volver a escuchar aquella voz. Su voz.
Silencio.

miércoles, 11 de abril de 2007

La Puerta


Cruza la puerta y sabe que no hay posibilidad de retorno.
Mira a su espalda pero sólo encuentra fríos sillares de piedra, pues la puerta que ha cruzado ha desaparecido para siempre.
Cruza la puerta y casi al instante se arrepiente.
Frente a él, oscuridad.
Deja atrás la seguridad de su fortaleza, y allá quedan su bruñida armadura y su escudo. En esta batalla no los va a necesitar. Tan sólo su fiel espada, brillante y hermosa. Un filo su ingenio y el otro su alma.
Cruza la puerta hacia un vacío incierto, hacia una perdición casi segura y sin embargo, lo hace con la decisión del que se ha resignado hace tiempo a su suerte, o en este caso a su desdicha.
A buen seguro sabe que cada paso sólo le acerca a su perdición, pero ya no hay posibilidad de huída, ni tan siquiera de honrosa y ordenada retirada.
A lo lejos, entre oscuras brumas, un resplandor.
La esperanza se enciende cual poderosa llama en el pecho del caballero, que acelera su caminar.
Sin apenas percatarse se lanza en una desenfrenada carrera en pos de la luz. Sin embargo, a cada paso el brillo es más tenue, la esperanza es ya apenas un débil recuerdo.
Finalmente toda luz se apaga.
Sólo quedan las tinieblas... y el silencio.

Rimas


Pasó por esta posada hace ya largo tiempo. Llegó exhausto tras un penoso viaje y durante su breve estancia aquí enfermó de unas graves fiebres que lo tuvieron recluido en cama durante una semana entre terribles delirios. Tratando de encontrar una causa, o acaso un remedio para su mal, me atreví a rebuscar entre los avíos del joven. No hallé nada que pudiera ayudarle en aquel trance, tan sólo unos legajos en los que, con letra temblorosa, estaban escritos los siguientes versos:


¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Que es poesía!, Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

*

Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso..., yo no sé
que te diera por un beso.

*
Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!

Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.

Aún turbando en la noche el firme empeño
vive en la idea la visión tenaz...
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!

Y estos son apenas algunos ejemplos que mi pobre cabeza recuerda, pues aquellos papeles rebosaban genio y tristeza, desgarrada melancolía que llegó al corazón de este pobre posadero. El joven logró sobreponerse a las fiebres y una mañana fresca y brumosa dejó la posada. Recuerdo con claridad su atormentada figura desvaneciéndose en la niebla...

jueves, 29 de marzo de 2007

Veneno


Tiempo ha que probé por error fatal veneno. Me fue ofrecido con la apariencia de dulce elixir y sin dudar un momento lo bebí. Mas ¡ay! Apenas unas pocas gotas fueron necesarias para, al rozar suavemente mi garganta y descender implacables hacia lo más hondo de mi ser, infligir un terrible daño que aún hoy no encuentra cura. Desde aquel entonces, no hay día en que no beba un nuevo sorbo de este amargo trago, que es al mismo tiempo dolor y dicha. Su demoledor efecto mina poco a poco mis fuerzas y mi voluntad, mas peor sería si un día dejase de tomar el terrible veneno, pues con certeza sé que me sobrevendría una muerte inmediata. Esa es pues mi maldición. El mismo veneno que me mata alarga día a día mi existencia, prolongando una agonía que se me hace eterna, cruel y por momentos insoportable. Sin embargo, alzo la copa de mi perdición una vez más y con ademán decidido, bebo de nuevo este dulce veneno.

lunes, 26 de marzo de 2007

La canción del pirata.


Llegó en una noche tormentosa. Algunos digeron que venía de Holanda, otros que habían oído de él en Bélgica, Francia e Inglaterra. Los más osados lo llegaron a relacionar con una asociación secreta, Los Numantinos. Era un joven apuesto y romántico y se decía defensor de la libertad. Espronceda era su apellido, José de nombre, y entre copa y copa entonó con voz alegre la siguiente canción.


Canción del pirata


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pechos mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

viernes, 23 de febrero de 2007

A una nariz


Fue éste un huesped en verdad peculiar. De gran caráter, algo cojo, aficionado al vino y muy ruidoso. Su agudo sentido del humor a todos nos hizo reir, y sus duras críticas a más de uno sonrojaron. Se llamaba Francisco, vestía de negro y la cruz de Santiago relucía roja como la sangre en su pecho. En uno de sus arranques, arremetió con furia contra un rival suyo con esta feroz sátira.

A un hombre de gran nariz

Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Erase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

viernes, 16 de febrero de 2007

Amor


Un viajero que por aquí paso hace ya mucho, dejó para todos nosotros una de las mejores definiciones del amor que este posadero ha escuchado nunca. Este viajero era un hombre moreno, con bigote y perilla pulcramente recortados, aspecto cansado,mirada aguda e inteligente. Viajaba acompañado de varios jóvenes, que lo seguían desde Madrid y que cariñosamente lo llamaban "El fénix de los ingenios".

SONETO CXXVI

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.