lunes, 27 de agosto de 2007

Ventisca

Comienza nuevamente a nevar. Al poco, la ventisca es ya tan poderosa, que el caballero apenas puede mantenerse erguido.
Se quita con tranquilidad cada una de las placas que componen su armadura, negra como una sombra entre los copos que caen.
La tormenta arrecia.
El caballero empuña su espada, otea el horizonte, pero el viento a levantado un capa de nieve tan densa que apenas distingue lo que tiene delante. Sabe que está rodeado de hondos precipicios, que un mal paso le podría deparar una muerte horrible.
Acelera poco a poco su caminar. Sin apenas darse cuenta se encuentra corriendo veloz sobre la nieve, al encuentro de una muerte que de un modo u otro se le muestra esquiva.
De pronto nota como pierde pie. Al fin.
Cierra los ojos mientras cae.


La caída es más breve de lo esperado, el dolor, más intenso de lo deseado. Un sabor que no le es del todo extraño en la boca. Sangre. Pero continua vivo.
Grita a la muerte, la llama desperado mas la Negra Señora no atiende sus suplicas.
Ha corrido en pos de la muerte y ésta parece rehuirlo, entonces esperara su llegada en ese mismo lugar.


La nieve cubre poco a poco el cuerpo de un caballero, de un hombre herido.
Al cabo el sol brilla sobre una forma inerte.

martes, 21 de agosto de 2007

Frío


Frío. Un frío aterrador, cruel e implacable que penetra hasta lo más profundo de su cuerpo. Y sin embargo, hace tiempo que dejó de nevar.
Lo rodea un panorama helado, el blanco inmaculado de la nieve contra el intenso azul del cielo, un cielo más próximo aquí que en cualquier otro lugar, un cielo que casi puede acariciar con la yema de los dedos.
Las águilas vuelan majestuosas a sus pies. Las nubes inundan los valles, un hermoso mar de espuma y algodón.
Su caballo no podría haberlo seguido hasta allí, así que ha decidido liberarlo en las verdes praderas de la llanura.
Ahora, nuevamente despojado de montura, yace inánime, la cara abrasando bajo el sol del mediodía, los ojos cerrados en silenciosa reflexión, concentrado en el silencio que lo rodea, en la nada más absoluta.
Sólo quiere olvidar, olvidarlo todo. El aire falta en los pulmones, siente vacilar su consciencia, mas su temple de caballero se resiste a dejarse ir.
Es entonces cuando un rayo fulmina su mente, un repentino destello de lucidez en medio del sopor que lo invade.
Todo está claro ahora, pero la verdad cierta aterra al caballero más de lo habría creído posible aun en sus más horribles pesadillas.
Ha sido necesario ascender a la misma cima del mundo, dejarse envolver por la nada silenciosa, pero ahora ya lo sabe.
Está enamorado, sin remisión, pero ha fallado. Fue rechazado y la vuelta es imposible. Esta certeza le hace ser consciente al fin de su misión, de su deber último.
Todo ha terminado.

sábado, 11 de agosto de 2007

Vergüenza


De algún modo se ha convertido en aquello que más detesta. Un ser mezquino y ruin, un canalla despreciable capaz de las mayores atrocidades, guiado tan sólo por un ciego egoísmo, tan ciego como su determinación por seguir adelante, contra todo y contra todos, sin importar ya las consecuencias.
Un rostro lo persigue doquiera que va. Su belleza inocente, su mirada parda y suplicante, son dagas crueles que atraviesan el alma del agotado caballero.
Incapaz de soportarlo, decide abandonar nuevamente la ciudad, alejarse de toda compañía, temeroso de dañar a todo aquel que se le acerque, de derramar más sangre inocente, la misma sangre que mancha sus manos y su conciencia, la misma que le impide cada noche conciliar el sueño, que se aparece en sus pesadillas cuando el cansancio le vence al fin.
Galopa por calles tortuosas, los cascos de su corcel contra el suelo enfangado, alguna mirada intrigada tras de un postigo entreabierto. Atraviesa las puertas de la ciudad ignorando los gritos de la guardia que le instan a detenerse.
En el horizonte se vislumbran las nevadas cumbres del norte, reflejando con destellos de oro la luz de un nuevo amanecer.