jueves, 31 de mayo de 2007

Soledad


Cabalga solo entre las dunas del desierto.
Su montura lo lleva al galope hacia un horizonte de agonía y de castigo, de dolor y de pena sin cuento. Así pues ¿por qué apresurarse?
Un tirón de riendas y el caballo refrena su marcha. Un dolor oprime su pecho, justo donde debiera estar el corazón que decidió un día arrancarse.
Agotado y sediento, el caballero se encorva sobre la silla, acuciado por su conciencia y sus recuerdos. De nada sirve la espada contra este tormento.
Tal vez haya, sin embargo, un medio de apaciguar el dolor que lo consume. La vorágine de una población, repleta de almas alegres y despreocupadas, pondrá quizás freno a su sufrimiento, o le hará al menos olvidarlo por un tiempo.
El caballero se lanza al galope en busca de una ciudad donde ahogar su pena.

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