viernes, 11 de mayo de 2007

Caída


Toda la noche a galope tendido. Su montura exhausta. El caballero en un duermevela continuo, incapaz ya de distinguir realidad y fantasía. Ahora trota por un páramo azotado por el viento y por un sol implacable.
En su delirio, se mezclan recuerdos, anhelos, frustraciones y pasiones secretas. Lo mejor y lo peor de su ser se dan cita en este caótico baile de imágenes. Rememora triunfos y fracasos, batallas, gestas gloriosas, retiradas honrosas, alegrías y pesares. Pero una imagen permanece inmutable en su retina. Es un ángel, pero un ángel oscuro, bello como ninguno, altivo y poderoso.
El caballero sacude la cabeza. El yelmo le estorba, no le deja respirar. De un tirón se lo arranca y lo arroja lejos. Su caballo flaquea. Niepamiel lleva horas sin descansar, sin reponer fuerzas, y ahora es un rocín flaco y sin brío. Dobla las patas delanteras y cae. El caballero se ve arrastrado en su caída hasta el suelo polvoriento y duro.
Se arrastra ahora, alejándose del cadáver del fiel animal. Su otrora brillante armadura plateada está ahora cubierta por el polvo y el fango del camino, abollada por los golpes y la última caída.
Hace mucho calor. El caballero consigue ponerse de rodillas. Así será más fácil quitarse la armadura, que ahora no hace sino agobiarle. Los guanteletes, la coraza... todo lo que un día fue armadura es ahora un montón de metal gastado por la arena y el sol. El soplar del viento entre las rendijas de la abandonada armadura, compone una siniestra melodía de soledad, muerte y desesperación.
A lo lejos, un hombre, que un día fue caballero, camina paso a paso hacia el lejano horizonte.

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