viernes, 25 de mayo de 2007

Lucha


Esta vez sí. No cabe duda.
La superficie del lago refulge como plata líquida iluminada por el sol. Llega hasta la orilla, se saca el negro yelmo, con ambas manos coge un poco de agua y, justo cuando sus labios van a rozar el líquido elemento, una voz imperiosa clama:
- ¡Deteneos!
El caballero deja que el agua fresca discurra entre sus dedos para regresar después al lago. Alza la cabeza para contemplar a aquel que lo ha interrumpido, y hete aquí que encuentra la imponente figura de un caballero de brillante armadura, montado en un brioso corcel de un blanco inmaculado.
- ¡No beberéis d’esta agua! ¡No gozaréis de la sombra d’estas palmeras, pues este lugar yo lo guardo, y sólo a mi señora corresponde decidir quien aquí puede descansar.
De algún modo, el caballero sabe a qué señora pertenece el lago, a qué dama sirve el gallardo jinete.
Por toda respuesta, recoge su yelmo y se lo cala en la cabeza. Agarra la empuñadura de su espada, y con un suave silbido la extrae de su vaina. Su hoja luce como nueva, y las palabras de su filo aparecen rojas como la sangre.
El jinete lanza a su caballo al galope hacia el caballero. Tiembla el suelo bajo los pies del animal, la atmósfera es densa y pesada. Cada vez está más cerca. El caballero se pone en tensión, pero permanece quieto. Justo cuando los cascos del desbocado animal van a aplastarlo, el caballero percibe que el tiempo refrena su carrera. Es consciente de todo cuanto le rodea, desde el más pequeño grano de arena, hasta el suave baile del viento entre las dunas.
Con un movimiento rápido y preciso se echa hacia un lado, y mientras da un elegante giro, lanza un tremendo tajo al pecho del jinete, que sale despedido de su montura y cae al suelo con estrépito.
Está aturdido y desarmado sobre el polvo del desierto. Está en sus manos. El caballero se aproxima al jinete y pausadamente, deleitándose, aprieta su bota contra la garganta del guerrero. Con la punta de su espada alza la visera del yelmo y descubre un rostro ensangrentado y desencajado por el dolor. Tras fijar en la memoria su expresión de derrota y miedo, el caballero alza la espada y clava la punta con fuerza en la garganta del guerrero, que con un gorgoteo siniestro exhala su último aliento. Limpia con parsimonia el filo de su espada en la nívea capa del jinete.
Satisfecho, el caballero da media vuelta para saciar al fin su sed, pero descubre con horror que el lago se ha secado.
Sube de un salto en el caballo del vencido y se aleja al galope mascullando maldiciones.

No hay comentarios: