lunes, 23 de julio de 2007

Sueños


Ha encontrado posada y descansa al fin sobre mullido jergón. El viaje parece ya lejano y pronto al olvido. La conciencia del caballero es paulatinamente silenciada por los vapores del vino, que invaden poco a poco sus sentidos, sumiéndolo en un estado de apacible letargo, de sopor inánime.
Duerme y sueña, sueña con gloriosas gestas y batallas de antaño, viejos enemigos que resucitan sólo para caer nuevamente derrotados en singular duelo bajo el filo de su espada. Pero de pronto surge un rostro entre todos los demás qué detiene al instante la onírica batalla. El rostro joven e inocente de una triste muchacha, surcado de lágrimas de cristal, llorando sin consuelo una pérdida terrible. Ese rostro, ese llanto, conmueven profundamente al caballero. ¿De dónde viene tan gentil criatura? ¿Cómo puede aparecerse entre tan despiadados guerreros el bello rostro de una muchacha?
Una sombra se mueve tras ella, sigilosa. El caballero quiere advertir a la joven, prevenirla del peligro que la acecha, pero algo se lo impide. Un destello acerado y negro, un agudo silbido rasgando el aire, el blanco cuello de la joven al descubierto. El caballero intenta gritar, pero el sonido muere en su garganta. Ya es tarde. La muchacha cae inerte y el asesino observa impune el cadáver. Henchido de rabia, el caballero quiere lanzarse sobre la vil criatura que ha cometido tan atroz crimen, mas de pronto algo cambia. Observa el cadáver de la joven desde mucho más cerca, algo pesado en su mano... una espada, negra como la noche, el filo teñido de rubí.
No es posible.
Con un grito el caballero despierta, la frente perlada de sudor, las pupilas reducidas a un minúsculo punto en la inmensidad de un tormentoso mar verde.
Han vuelto.