miércoles, 9 de abril de 2008

El Combate

Por la estrecha rejilla del yelmo apenas si alcanza a vislumbrar a su enemigo, que se yergue enorme y terrible ante él, con su gran espada manchada con la sangre del caballero, que yace herido a sus pies.
Miles de imágenes se agolpan en su cabeza. Pensamientos que atrapa en el torbellino de su mente, pero un impulso se abre paso con fuerza y llena de energía todo su ser. Todos los sonidos, el clamor de la gente, el sonido del viento que sopla implacable sobre el llano… han quedado apagados por la respiración del caballero, por los furiosos latidos de su corazón. No morirá como un perro, tirado sobre el fango a merced de su enemigo.
Con un supremo esfuerzo, y ayudándose con su espada, el caballero se incorpora, ante la atónita mirada de su rival y de todos los que presencian el combate que ya daban por finalizado. Poco a poco se va enderezando, la cabeza gacha, una mano en el profundo corte del costado. Con un último gesto, casi teatral, el caballero alza la cabeza y clava su mirada en los ojos de su rival, que retrocede presa de un profundo temor.
Sin embargo, el caballero no lucha contra un cobarde, así pues éste pronto recobra el dominio de su ser y se apresta de nuevo a la lucha.
Las espadas se alzan de nuevo y la lucha se reanuda. Ambos son luchadores consumados, expertos guerreros curtidos en mil batallas. El verde oscuro de la sobrevesta del caballero, en cuyo pecho ruge orgulloso un león dorado, contrasta y se mezcla en la mortal danza con el negro azabache de su rival. Tras largo rato de intercambio de golpes, el caballero acierta por fin de un tremendo mandoble a desarmar a su rival que al retroceder cae al suelo con estrepito. Al instante se encuentra con la punta de la espada del caballero sobre su pecho.
La multitud que rodea a los contendientes ruge de excitación, y clama por la muerte del derrotado. El caballero se quita el yelmo, quiere que su enemigo vea su rostro. Con ambas manos alza su espada, un extraño brillo cruza su mirada, y de pronto, con suave gesto, la devuelve a su vaina, y sin mirar atrás se da media vuelta y abandona la arena. Un heraldo lo proclama con voz solemne campeón del torneo entre los vítores de la multitud.

Caballero de la Luz

El caballero se arrodilla una vez más, pero esta vez lo hace para jurar vasallaje a su nuevo señor y a la causa que representa. Se convierte en Caballero de la Luz, y como tal es armado en una ceremonia sencilla que tiene lugar en ese mismo momento.
Tras ser tocado en el hombro por la espada de su señor, el caballero se incorpora y a una orden de éste se da la vuelta. Ante sí, dos jóvenes pajes le ofrecen las piezas relucientes de una armadura plateada como nunca se ha visto otra, de apariencia liviana y elegante, con finos grabados de oro.
Con la ayuda de los dos escuderos, el caballero se coloca su nueva armadura, que encaja a la perfección en su cuerpo. Comprueba sorprendido que ésta es más ligera de lo que hubiera podido soñar y que le permite una libertad de movimientos increíble. Le entregan finalmente el yelmo, que le cubre totalmente el rostro, dejando únicamente una rendija para los ojos.
- Daos ahora la vuelta.
Así lo hace el caballero, deslumbrante a la luz del mediodía y se encuentra de nuevo cara a cara con su anciano señor, que lo mira complacido.
- Ahora volvéis a parecer de nuevo un caballero, pero ningún caballero lo es del todo… hasta tener una espada –al decir esto y con un rápido ademán extrae de entre los pliegues de su túnica una gran espada enfundada en una vaina verde con bellos relieves y se la tiende de forma solemne al caballero.
Éste se aproxima, y su mano temblorosa por la emoción se torna firme y segura al cerrarse en torno a la dorada empuñadura de la espada. Un agudo silbido y la hoja reluce ante su rostro. Bajo la luz ésta se aprecia de un blanco inmaculado mas al examinarla con atención aparecen multitud de matices que dejan absorto al caballero. Mil destellos de otros tantos colores habitan en su hoja, que parece tener vida propia. Lanza un par de tajos al aire y el filo danza con el sonido de la lucha. La espada es también muy ligera.
El caballero está ensimismado en sus pensamientos cuando la voz del anciano lo interrumpe.
- Al fin volvéis a sentiros completo. La armadura y la espada forman parte de vos al igual que la tinta y la pluma del escritor, igual que el arco y las flechas del arquero, igual que el compás y la plomada del constructor. Sois todo uno. Sois de nuevo y para siempre, Caballero de la Luz.