viernes, 23 de febrero de 2007
A una nariz
Fue éste un huesped en verdad peculiar. De gran caráter, algo cojo, aficionado al vino y muy ruidoso. Su agudo sentido del humor a todos nos hizo reir, y sus duras críticas a más de uno sonrojaron. Se llamaba Francisco, vestía de negro y la cruz de Santiago relucía roja como la sangre en su pecho. En uno de sus arranques, arremetió con furia contra un rival suyo con esta feroz sátira.
A un hombre de gran nariz
Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Erase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
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