viernes, 4 de mayo de 2007

Huída


Ensilla su caballo con rapidez. Asegura con fuerza las correas y comprueba los estribos.
De un salto monta su poderoso corcel, negro como el odio que anida en su corazón, ágil y veloz como el viento de la mañana. A lomos de Niepamiel espera el caballero escapar de los recuerdos que lo persiguen, aves de rapiña de su conciencia.
En el patio oscuro se escucha el trote de un caballo. Atraviesa la reja del castillo y salva el foso, ahora seco y erizado de estacas.
Vuelve la vista el caballero, al tiempo que la reja cae pesadamente, como el hacha impía de un cruel verdugo sobre el condenado, cortando de un solo y certero tajo cualquier esperanza de retorno.
Alza entonces la mirada y en lo alto, entre las escarpadas almenas, le parece distinguir una oscura y esbelta silueta, ángel negro custodiando la impenetrable fortaleza.
Un tirón de riendas, un pinchazo en las grupas de su montura y el caballero se aleja en un galope furioso hacia un destino incierto.
Una lágrima, pequeña y brillante como una estrella, surca la mejilla de un rostro de inmaculada belleza al tiempo que el jinete se pierde en las brumas del amanecer.

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