domingo, 20 de enero de 2008

El Salón

La enorme puerta se abre sin necesidad de ser empujada. El caballero se ve envuelto por una luz deslumbrante. Trompas heráldicas lo reciben con sonoro toque, pendones verdes y leones dorados por doquier. Una estancia inmensa, aparentemente etérea, inmaterial.
El caballero avanza confuso, cegado aún por la repentina luminosidad. Poco a poco, se define a lo lejos un inmenso podio dorado, unas gradas sobre las que se alza un trono vacío. Recuperada parcialmente la visión, el caballero aprecia nuevos detalles de la sala. Sin dejar de caminar hacia el trono, observa que la sala está totalmente cubierta por cristaleras por las que la luz del sol entra a raudales. El suelo, las paredes, todo es de un mármol tan blanco como la nieve, resonando a cada paso del caballero.
Alrededor del trono un grupo de personas, soldados armados con enhiestas lanzas. Instintivamente, el caballero se lleva la mano a un costado, mas de pronto recuerda que no va armado.
- Eso no será necesario.
La voz resuena en el fuero interno del caballero y al instante la reconoce. Proviene de un rincón de la sala, de una figura emboscada bajo un manto, el rostro oculto por una capucha.

miércoles, 16 de enero de 2008

Despertar


El ulular de una lechuza lo saca de su letargo. Descansa sobre un mullido colchón de finas plumas. Sábanas blancas y suaves lo arropan. El calor de un fuego y su sonoro crepitar llenan la estancia en que se encuentra.
Se incorpora poco a poco. Las sábanas se deslizan acariciando suavemente su piel y sólo entonces percibe su desnudez. A un lado de la cama, perfectamente dobladas y dispuestas sobre una sencilla silla de madera, ropas nuevas.
Todavía desnudo abandona la cama y se dirige hacia una gran ventana al otro extremo de la habitación, por donde la luz blanca y pura de la luna se cuela e inunda la estancia. Abre la ventana de par en par y el frío de la noche lo atraviesa como un cuchillo, despertando todos sus sentidos como un baño en un lago helado. La noche es tranquila pero ya llega a su fin. En el este, el sol anuncia un nuevo día.
Se encuentra en lo alto de una torre, en un inmenso castillo rodeado de extensos bosques de aspecto salvaje. Un río de aguas plateadas abraza la fortaleza antes de perderse en un mar de coníferas.
El caballero aspira profundamente el aire de la noche moribunda. Se siente vivo, está vivo. Se dirige hacia la cama y comienza a vestirse. Camisa y pantalones de lino blanco y un chaleco de color verde oscuro. Sobre el pecho, un león rampante, dorado como el mismo oro. Se calza las botas, de cuero marrón, y con cautela, se dirige hacia la única puerta de la estancia.
Ante la presión, ésta se abre sin emitir sonido alguno. Al otro lado, una galería iluminada por antorchas. Un lejano rumor llega a oídos del caballero, que atraviesa el corredor hacia una puerta que se adivina en la penumbra.