lunes, 21 de mayo de 2007

Oasis


Que terrible sed, que insufrible agonía.
Horas de marcha sin descanso, con una vieja espada oxidada por cayado, sin consuelo ni esperanza, caballero deshonrado en busca de la muerte.
De pronto, surge de entre los engañosos espejismos del horizonte una trémula imagen. Al acercarse, el caballero comprueba que se trata de un oasis. Se siente embargado por la felicidad. Después de todo, aún puede haber esperanza. Corre raudo hacia la sombra de las palmeras, hacia el frescor de una charca, pero lo que encuentra es algo muy diferente.
Una joven, una solitaria joven llora desconsoladamente junto a un bulto oscuro. Es el cadáver de un hombre, de un guerrero.
El caballero se aproxima y observa detenidamente el cuerpo. Le gusta su armadura, acero negro como la noche.
Pero no, aún lloran por el cadáver. ¿Y qué? A fin de cuentas el muerto no se va a quejar y la muchacha... que lo intente, su nueva espada aún no ha recibido su bautismo.

El caballero se aleja pausadamente del oasis. Cubierto por la reluciente armadura, parece de nuevo un temible guerrero. Vuelve a sentir su peso, pero también su fuerza. En el oasis, dos cuerpos abrazados yacen inertes bajo el sol del desierto.
Pero el caballero sigue sediento.

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