viernes, 18 de mayo de 2007

La Espada


Tropieza y cae al suelo.
Algo estorba su camino. Sus pies, agrietados por el calor, han chocado con algún objeto, que yace semienterrado por la arena.
Un destello de curiosidad se ilumina en la agotada y delirante conciencia del caballero. Se deja caer y con ambas manos escarba ansioso el suelo polvoriento. No es fácil, duele, pero eso no detiene al caballero, que cada vez con más avidez araña la tierra.
Poco a poco descubre lo que parece la empuñadura de una espada, firmemente clavada en la tierra. Tiene grabados extraños símbolos, apenas visibles, desgastados por el viento cruel del desierto.
Hace tiempo debió haber sido hermosa.
No obstante, la espada del caballero ha quedado atrás, junto con su armadura, y ahora reposa olvidada en algún lugar de ese árido paraje.
Y siempre es necesaria una espada.
Agarra con ambas manos la empuñadura y tira con todo el peso de su cuerpo. Pero la espada no se mueve. Concentra todas sus fuerzas. La espada ha de salir, pero está firmemente clavada y él demasiado débil.
Entonces el caballero toma fuerzas del único lugar posible. Su ira crece al tiempo que fija en su cabeza el recuerdo de un lejano castillo, de un oscuro salón. Un fuerte tirón y el caballero cae hacia atrás. Mas en su mano tiene la espada.
Ahora puede verla entera. La hoja carcomida y oxidada, dos palabras grabadas a fuego, una en cada lado: Setriemeiton, Gavenaz. El caballero desliza absorto la mano por el filo, tratando de descubrir su significado. Entonces siente un latigazo de dolor. Sangre en sus manos.
Cuidado, todavía está afilada.
Y prosigue su camino, apoyándose en la espada.

1 comentario:

wilson dijo...

mis respetos!!
¿"prosigue su camino, apoyándose en la espada"? ¿ya sentía necesidad de un bastón?? como autobiografía, lo que escribes explicaría muchas cosas!!
empecé por la puerta... ¿hice bien?
saludos