martes, 21 de agosto de 2007

Frío


Frío. Un frío aterrador, cruel e implacable que penetra hasta lo más profundo de su cuerpo. Y sin embargo, hace tiempo que dejó de nevar.
Lo rodea un panorama helado, el blanco inmaculado de la nieve contra el intenso azul del cielo, un cielo más próximo aquí que en cualquier otro lugar, un cielo que casi puede acariciar con la yema de los dedos.
Las águilas vuelan majestuosas a sus pies. Las nubes inundan los valles, un hermoso mar de espuma y algodón.
Su caballo no podría haberlo seguido hasta allí, así que ha decidido liberarlo en las verdes praderas de la llanura.
Ahora, nuevamente despojado de montura, yace inánime, la cara abrasando bajo el sol del mediodía, los ojos cerrados en silenciosa reflexión, concentrado en el silencio que lo rodea, en la nada más absoluta.
Sólo quiere olvidar, olvidarlo todo. El aire falta en los pulmones, siente vacilar su consciencia, mas su temple de caballero se resiste a dejarse ir.
Es entonces cuando un rayo fulmina su mente, un repentino destello de lucidez en medio del sopor que lo invade.
Todo está claro ahora, pero la verdad cierta aterra al caballero más de lo habría creído posible aun en sus más horribles pesadillas.
Ha sido necesario ascender a la misma cima del mundo, dejarse envolver por la nada silenciosa, pero ahora ya lo sabe.
Está enamorado, sin remisión, pero ha fallado. Fue rechazado y la vuelta es imposible. Esta certeza le hace ser consciente al fin de su misión, de su deber último.
Todo ha terminado.

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