martes, 23 de diciembre de 2008

El Bosque

Pasea por el bosque protegido sólo por su espada. La armadura queda en el castillo, pero la mañana es tranquila y luminosa y entre los árboles sólo algunos animalillos acompañan al caballero. Camina rozando con la yema de los dedos la nudosa corteza de los troncos, aspirando el aroma de las flores, recreándose en el canto de los pájaros.

Llegado a un claro del bosque el caballero se deja caer en el centro del mismo. La tupida hierba amortigua su caída y de pronto se ve sumergido en un mar de flores de todos los colores. Cierra los ojos embargado por una curiosa sensación.
Siente en su interior el baile de las briznas de hierba, el correteo de la hormiga más pequeña, el vuelo majestuoso de un águila allá en lo alto, el lejano rumor de un arrollo… Se siente en perfecta unión con todo, se siente tranquilo, se siente en paz.

A punto está de caer en un profundo sueño cuando un sonido que no acierta a identificar lo devuelve a la realidad. Se incorpora un poco al tiempo que abre los ojos. En un extremo del claro, bajo la sombra de algunos árboles, un joven ciervo lucha por liberarse de un arbusto en el que han quedado enredadas sus imponentes astas.

Hacia él se dirige el caballero, que en un primer impulso dirige su mano hacia la empuñadura de su espada. Pero no, hoy no. Llega hasta el animal que observa nervioso al extraño. Con un susurro el caballero lo tranquiliza y con manos hábiles lo libera de su cautiverio.

Hombre y animal permanecen unos instantes mirándose, examinándose con atención y entonces, de un salto, el ciervo desaparece entre la maleza. El caballero dirige su mirada en la dirección en que ha ido el ciervo y escucha un sonido muy tenue que difícilmente llega a reconocer.

Un llanto.

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