lunes, 11 de febrero de 2008

El Anciano

La figura avanza con caminar pausado hacia el podio y los soldados que lo custodian se apartan respetuosos a su paso inclinando la cabeza ante él en señal de reverencia. Sube los peldaños hacia el trono de forma decidida y al llegar a lo más alto, por encima de la cabeza del caballero, se vuelve hacia éste y con un fugaz movimiento se desprende de su manto.
El caballero se ve obligado a apartar momentáneamente la mirada de la figura, cegado por un repentino brillo. Cuando su vista se ha recuperado vuelve la cabeza hacia el trono, que lanza destellos de oro en todas direcciones, alimentado por una luz poderosa y pura que emana… emana de un anciano que se sienta majestuoso en el trono.
Su figura, lejos de la decrepitud propia de la vejez, muestra todo el vigor de un hombre adulto mientras que su mirada, que el caballero apenas sí se atreve a sostener, muestra una regia sabiduría y un atisbo de compasión hacia la amedrentada figura del caballero. Es precisamente esa traza de compasión la que aviva la ira del caballero, que se siente despreciado y que alzando la voz grave y rotunda, exclama:
- ¡Quién sois y qué es este lugar! ¡Dadme una explicación o por mi honor os juro que esa mirada de desprecio que ahora ostentáis tornará en terror cuando acabe con vos, anciano!
Los soldados al pie del trono avanzan hacia el caballero entre gritos de indignación, apuntando sus lanzas hacia el pecho del caballero, que se mantiene erguido en posición desafiante. Cuando uno de ellos se dispone a atravesarlo, el anciano da una imperiosa orden y el soldado detiene su lanza a pocos centímetros del pecho del orgulloso caballero.
El anciano se ha incorporado y observa al caballero con renovado interés al tiempo que desciende por las doradas escaleras. Sus blancos ropajes deslizan por ellas como las aguas de un tranquilo arroyuelo de montaña, su melena y su barba conservan aún destellos de oro, sus ojos de un azul intenso traspasan al caballero más que cualquier lanza y éste se siente desnudo ante esa mirada que rebosa fuerza y majestad.
- Nuestro nombre no os incumbe, caballero, pero habéis de saber que nos, somos señor deste castillo y destas tierras. Nos os encontramos moribundo en las montañas. Del calor de nuestro fuego habéis gozado, así como de nuestras viandas y de los cuidados de nuestros mejores médicos- la voz del anciano se ha ido elevando, resonando por toda la estancia, envolviendo al caballero-. Vuestra forma de dirigiros a nos es pues inaceptable, una falta absoluta de gentileza y de cortesía- y tras una pausa en la que su brillante mirada se clava en los ojos del caballero, privándole al fin de toda posible defensa, añade -. No estáis en posición de exigir nada.

No hay comentarios: