miércoles, 16 de enero de 2008

Despertar


El ulular de una lechuza lo saca de su letargo. Descansa sobre un mullido colchón de finas plumas. Sábanas blancas y suaves lo arropan. El calor de un fuego y su sonoro crepitar llenan la estancia en que se encuentra.
Se incorpora poco a poco. Las sábanas se deslizan acariciando suavemente su piel y sólo entonces percibe su desnudez. A un lado de la cama, perfectamente dobladas y dispuestas sobre una sencilla silla de madera, ropas nuevas.
Todavía desnudo abandona la cama y se dirige hacia una gran ventana al otro extremo de la habitación, por donde la luz blanca y pura de la luna se cuela e inunda la estancia. Abre la ventana de par en par y el frío de la noche lo atraviesa como un cuchillo, despertando todos sus sentidos como un baño en un lago helado. La noche es tranquila pero ya llega a su fin. En el este, el sol anuncia un nuevo día.
Se encuentra en lo alto de una torre, en un inmenso castillo rodeado de extensos bosques de aspecto salvaje. Un río de aguas plateadas abraza la fortaleza antes de perderse en un mar de coníferas.
El caballero aspira profundamente el aire de la noche moribunda. Se siente vivo, está vivo. Se dirige hacia la cama y comienza a vestirse. Camisa y pantalones de lino blanco y un chaleco de color verde oscuro. Sobre el pecho, un león rampante, dorado como el mismo oro. Se calza las botas, de cuero marrón, y con cautela, se dirige hacia la única puerta de la estancia.
Ante la presión, ésta se abre sin emitir sonido alguno. Al otro lado, una galería iluminada por antorchas. Un lejano rumor llega a oídos del caballero, que atraviesa el corredor hacia una puerta que se adivina en la penumbra.

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